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¿Qué factores influyen en el precio que estamos dispuestos a pagar por un servicio?

¿Qué factores influyen en el precio que estamos dispuestos a pagar por un servicio?

El título de este artículo es, literalmente, el testimonio de la experiencia que viví el fin de semana pasado en una tienda de informática con la que suelo hacer negocios.

Para ponerte en contexto, resulta que tuve que comprar un móvil nuevo porque el que tenía fue destrozado por los dientes de mi fiera mascota, Piper, un fox terrier precioso que tenemos en casa y que recién cumplió un añito.

Compré el teléfono, me lo traje a casa y, cuando le estaba poniendo el marquito con la tarjeta SIM y la SD de memoria, sin intención alguna de mi parte, le hice más fuerza de la necesaria y se bloqueó.

No terminó de entrar por completo y tampoco lo podía sacar.

Le pedí ayuda a mi mujer, y tampoco pudo. Comenzaron a rondar por mi mente los pensamientos típicos de una circunstancia como esta: “¡Caramba, Joel, no tienes ni un día con el teléfono y ya lo rompiste!”… “Es que hay que ver, como si el dinero creciera en los árboles”… “Es que de verdad, ¿quién te manda a ser tan bruto?”… “¿Y qué vas a hacer ahora? Porque el error fue tuyo y no lo cubre la garantía”

Y ya sabes. Además, siendo que el error fue mío y no soy de esas personas que se inventan historias del tipo “Es que yo no sé…. Eso estaba así”, pues comencé a sentir la angustia de tener que tirar el teléfono a la basura y perder el dinero que invertí en él, o que cuando llamara al técnico para preguntarle cuánto costaría la reparación, terminara el chiste costándome una cantidad importante de dinero.

En fin… las angustias que sentimos todos cuando un imprevisto como este ocurre.

Era la noche del viernes. Decidí entonces esperar que fuera sábado y, muy temprano en la mañana, ponerme en contacto con los dos técnicos que conozco para ver cuál había sido el alcance económico de mi error y cuánto me costaría la reparación.

Porque ya mi mente me decía que, en todos los escenarios posibles, la gracia me iba a costar dinero.

Para mi, toda esta situación se estaba traduciendo en una angustia enorme por muchas razones:

  • No sabía si el teléfono tendría reparación o no, porque quizás podría haberle dañado alguna pieza por dentro.
  • No sabría cuanto me costaría la reparación, si es que fuese posible hacerlo.
  • No sabría cuánto tiempo me tendría que quedar sin teléfono móvil esta vez, con todas las incomodidades que eso significa en esta sociedad moderna en la que vivimos.
  • Si el problema no tenía solución, entonces la gracia me costaría quizás unos 325 euros: 150 del primer teléfono que ya había comprado y que tendría que tirar a la basura, 150 del reemplazo y 25 del técnico.

Además, soportar esa mirada de desaprobación de las personas a tu alrededor que se traduce en tu cabeza en un “¡Es que de verdad hay que ser descuidado!”

En fin. Una angustia enorme que se traducía en distintas emociones que clamaban todas por lo mismo: Una solución inmediata, independientemente de lo que me costara.

Porque sin teléfono no me podía quedar. Eso estaba claro.

Amaneció el sábado y, a primera hora, me puse en contacto con mis dos técnicos informáticos de cabecera. Por ser sábado y temprano en la mañana, poco antes de las 10 de la mañana, al no recibir respuesta de ninguno a mis mensajes, decidí acercarme a la tienda, que me queda a pocos minutos de la casa.

Llegué, esperé pacientemente mi turno y cuando estuve frente al técnico le conté mi historia.

Arrugó la frente. Tomó el teléfono. Lo miró y revisó por ambos lados. Hizo un intento de extraer el marquito y no pudo.

Lo miré angustiado. Entendió.

Hizo un segundo intento y tampoco. Cruzamos miradas. Yo, angustiado. El, entendiendo mi angustia. Mi mente comenzaba a castigarme de nuevo: “Te lo dije, Joel. La pusiste y de la buena.”

El técnico buscó una herramienta especial. No pudo. Lo intentó con las manos y ¡fuás!

El marquito, con la tarjeta SIM y la SD estaba fuera.

Sentí que el alma me volvía al cuerpo. Mis preocupaciones desaparecieron. Le pedí que probara el teléfono para ver si estaba todo bien. Lo hizo. Todo estaba en orden. Si le hice algún daño, lo vería más adelante, pero el teléfono estaba operativo.

Le dije: “No sabes cuánto te lo agradezco. De verdad. Me has resuelto un problemón. Dime por favor cuánto te debo, para pagarte”.

Me contestó: “No, no tienes que pagarme nada, porque no he hecho nada.”

Le repliqué: “No, de verdad. Dime cuánto te debo, que yo te pago la hora de trabajo.”

Sentenció: “No voy a cobrarle, porque no he hecho nada. Fue simplemente sacar el marquito y volverlo a poner”.

Salí de allí más contento que nadie. Todas las nubes negras que me habían acompañado desde la tarde del viernes hasta ese momento, se habían disipado. No me había tenido que gastar dinero adicional y, además, tenía el teléfono operativo.

¿CUÁL ES LA MORALEJA DE ESTA HISTORIA Y CÓMO LA PUEDES TOMAR EN CUENTA PARA TU NEGOCIO?

Por supuesto que el sentido de compartir contigo esta historia era justamente poder sacar de ella lecciones que pudieras tomar en cuenta en la gestión comercial de tu negocio, en la gestión de ventas, que te sirvieran para mejorar tu rendimiento en números y, además, entender un poco más cómo funciona nuestra mente de clientes cuando vamos a comprar cosas.

La Venta tiene, en la mayoría de los casos, un altísimo componente emocional.

Independientemente de que el producto que compremos sea muy técnico o complejo, detrás de la decisión de compra siempre hay un gran componente emocional.

Fíjate en esta caso, por tomarlo como ejemplo, en el que, además del dinero que había invertido en el teléfono (argumento objetivo) estaba de por medio la gran carga emocional de:

  • No saber cuánto tiempo me quedaría sin teléfono.
  • Mi orgullo herido al ver que un pequeño descuido mío podría terminar costándome el tener que botar el teléfono y comprar otro.
  • Soportar la cara de desaprobación de las personas a mi alrededor por haber usado mayor fuerza de la necesaria al introducir el bendito marquito.
  • La cara de tonto que se te queda cuando te preguntan: “¿Y qué le pasó a tu teléfono nuevo?” y tienes que responderles: “Pues es que lo rompí sin querer.”
  • Y cualquier otra emoción profunda que ni siquiera yo mismo haya podido identificar en el momento.

En este caso, el informático, más allá de resolverme el problema del teléfono, me quitó de encima la carga emocional que se había generado alrededor del incidente.

Compramos soluciones a nuestros problemas, y no productos o servicios.

Cuando te detengas a pensar en lo que vendes, sean productos tangibles o intangibles, no los mires desde el punto de vista de lo que son, sino de lo que pueden representar para tu cliente en algún momento particular.

Fíjate en el siguiente detalle del que yo me he dado cuenta ahora en frío: Yo nunca supe si el chico que me estaba atendiendo sabía o no lo que estaba haciendo. Para mi, él era el representante de una tienda informática y, SE SUPONÍA QUE SABÍA LO QUE ESTABA HACIENDO, por lo que en ese momento yo no estaba confiando en él por sus conocimientos o títulos, sino por el hecho de estar allí, delante de mí, demostrando tener el conocimiento que hacía falta para resolver mi problema.

Me habría resultado igual si en vez de sacar el marquito con las manos, lo hubiese sacado con una herramienta súper especial. Para mí habría sido lo mismo, porque mi problema iba a terminar igualmente resuelto.

A mayor gravedad del problema, estaremos dispuestos a pagar un precio más alto.

Cuando llegué a la tienda, sabía que cualquiera fuese la solución de mi problema, me costaría dinero.

Sabía que, si el tema era muy grave, me costaría por lo menos un teléfono nuevo y el trabajo del técnico. Eso ya significaba 175 euros adicionales.

Igual le ocurre a tus clientes: Según sea la gravedad del problema o necesidad que tienen, según sea el riesgo que para ellos representa, más dinero estarán dispuestos a pagar por la solución.

Tu cliente te paga porque tú tienes el conocimiento y la experiencia que a él le faltan.

Y aunque era algo que ya sabía después de tantos años de experiencia profesional y como consultor, esta situación me lo mostró con una claridad envidiable, estando yo en este caso no en el lado del profesional, sino del cliente.

El día antes de ir al técnico, yo estuve, por lo menos, un par de horas tratando de sacar el marquito sin éxito. Mi esposa habrá estado otro tanto, quizás un poco menos.

Los dos teníamos miedo de hacer la situación peor de lo que ya era, puesto que ninguno de nosotros es técnico o especialista en estas cosas, y el riesgo de cometer un error por desconocimiento era alto.

El chico de la tienda no tenía este problema. Él tenía los conocimientos y experiencia que nosotros no teníamos. Por eso pudo actuar con tanta seguridad y en tan corto tiempo. Su preparación profesional y la experiencia en el puesto le permitieron actuar sin miedo.

Nosotros nos habíamos quedado paralizados.

La experiencia de compra memorable se crea cuando superas ampliamente las expectativas de tu cliente.

Sea que esas expectativas son genuinas o no. Si en tu comunicación haces promesas que son difíciles de cumplir, pues te estarás poniendo tu mismo la barrera muy arriba.

Si, por el contrario, mantienes en tu comunicación un tono razonable, normal y prometes cosas que puedes cumplir ampliamente, pues tu capacidad de superar las expectativas de tu cliente será mucho mayor.

En este caso, ya me había hecho a la idea de que el incidente me iba a costar dinero. Eso lo tenía claro.

Si el técnico me hubiese dicho “Pues nada, son en total 20 euros”, le habría pagado y listo. La experiencia habría sido buena: mi problema estaba resuelto, mi ansiedad se habría ido y todo el rollo me habría costado dinero, justo lo que yo esperaba.

LO ANORMAL FUE QUE NO ME COSTÓ DINERO. Allí estuvo la diferencia. Que el técnico, queriéndolo o no, superó mis expectativas al no cobrarme. Eso generó, para mi y en esta oportunidad específica, la EXPERIENCIA SENSACIONAL.

RESOLVÍ MI PROBLEMA Y NO ME COSTÓ DINERO.

Por eso, siempre mi recomendación es que, al diseñar tu estrategia de aproximación al mercado, te detengas a pensar qué ocurre en la mente de tu cliente, qué problemas tiene que tú puedes solucionar con tus productos o servicios, qué tan graves pueden ser esos problemas y lo que pueden significar para tu cliente, etc…

Se trata de que te apartes del discurso de venta tradicional, hagas un ejercicio de empatía con tus clientes potenciales y descubras qué es eso que ocurre en la mente de ellos, que los puede impulsar a tomar una decisión que sea favorable hacia tu empresa, y los productos o servicios que esta representa.

Este es el famoso “discurso de ventas centrado en el cliente”, pero no centrado como cuando una batería antiaérea está centrada sobre un objetivo, sino centrado en el sentido de que te pones en sus pies (empatía) y, desde esta posición, entender qué valor añade lo que tu ofreces a su vida y la vida de los suyos.

Te dejo abajo otros artículos con cuya lectura podrás complementar la publicación de hoy.

 

¡Gracias, Luis, de PC INFO RED en Santa Pola, por haberme dado la oportunidad de vivir esta experiencia para compartirla con mis lectores y clientes!

 

 

Entre Palabras: ¿Qué Es Una Verdadera Relación de Colaboración?

Entre Palabras: ¿Qué Es Una Verdadera Relación de Colaboración?

A diferencia del estilo que me caracteriza normalmente, hoy quiero comenzar este artículo compartiendo contigo lo que para mi es una verdadera relación de colaboración, contándote dos historias de mi vida profesional y personal que lo ilustran perfectamente.

El primer caso es el de Nicolás Ockier, de Cromaidea.

Nico es un chico que conocí hace ya unos 6 años, si la memoria no me falla, en una reunión que tuvimos un grupo de colegas en Barcelona, en la que estuvimos conversando de cosas que podíamos hacer juntos.

Nicolás se especiliza, con muchísima especialización, en los temas de SEO y marketing digital… pero mucho, muy especializado, ¡de verdad!

En alguna oportunidad que otra hemos hecho amagos para desarrollar proyectos juntos, pero no hemos podido concretar nada realmente grande e interesante. El año pasado, cuando estaba haciendo la migración de mi página web de Blogger para WordPress, llegué a un punto en el que me tranqué.

Supe que necesitaba ayuda y pensé inmediatamente en Nicolás.

Cuando hagas una consulta profesional en Internet, siempre pregunta primero cuanto te va a costar. Te evitarás malos entendidos y enemistades.

Cuando le comenté lo que me pasaba, lo primero que hice fue decirle «dime cuánto me costaría resolver este tema y, si está a mi alcance, lo hacemos. Si me queda largo de presupuesto, pues me tendré que buscar la solución por otro lado.»

Y es lo primero que hago siempre porque creo que, aún cuando podamos ser amigos, cuando se trata de una consulta profesional seria, hay que manejar las cosas de otra manera, menos como amigos y más como profesionales.

Su respuesta fue para mi lo que se llama todo un destello de luz al final del túnel!: Nicolás se ofreció a ayudarme a resolver los problemas que tenía de forma voluntaria y desinteresada.

Bueno, supongo que lo de «desinteresado» sobra, porque se supone que esos esfuerzos siempre se hacen, primero porque existe un afecto mutuo, y luego porque nos ayuda a consolidar y fortalecer las relaciones que tenemos con otras personas.

Así lo entendí, lo asumí y me comprometí a devolverle el favor apenas tuviera la oportunidad. 

 

En una verdadera relación de colaboración, los beneficios son siempre mutuos. Ganan todos.

 

Algunos meses después, Nicolás me escribió porque quería saber si lo podía ayudar en algo. «Por supuesto que sí» le respondí casi apenas él había terminado de preguntarme si podía o no.

Nico, en sus temas de marketing digital y promoviendo su negocio, necesitaba que le escribiera una pequeña reseña en Google, ya sabes, por aquellos temas de posicionamiento y ranking.

He aquí  la reseña que le escribí: 

Mi padre siempre solía decir: Hoy por mí, mañana por ti.

Lo dicho, Nico: ¡Siempre te estaré agradecido y en lo que te pueda ayudar, cuenta con un amigo y colega por estos lados! 

 

Una relación de colaboración verdadera tiene que ser siempre un «win-win situation».

 

Ahora te comento el segundo caso: Mi amigo Gerson Escobar.

Gerson y yo nos conocimos en los mundos digitales, dándole rienda suelta al niño que todos llevamos por dentro: «jugando en la play.» 

Desde hace ya varios años, quizás cuatro o cinco, Gerson y yo coincidimos con bastante regularidad en los espacios siderales y pasamos un par de horas (más o menos) riéndonos, liberando el estrés acumulado en nuestras vidas profesionales matando «bichitos digitales», en un juego muy famoso llamado «Destiny»

La hemos pasado realmente bien muchas veces. Incluso mis hijos suelen llamarlo «Tío Gerson» del cariño que han llegado a tenerle.

Pues resulta que Gerson me escribió hace algunos días para decirme que había decidido oficializar su pasión por el juego y convertirla en un negocio. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué servicio iba a ofrecer? 

La mejor relación de colaboración es aquella en la que ningún lado se siente explotado y abusado por el otro.

 

Su modelo de negocio es, fundamentalmente, hacer  por cada jugador, lo que el jugador no tiene tiempo de hacer por si mismo, pero que realmente quiere hacer. ¿Qué significa esto?

Que hay actividades del juego que a mi me encantaría hacer pero, por falta de tiempo, no he podido hacerlo hasta ahora y no creo que pueda en un futuro cercano.

¿Qué pasó entonces?

Gerson se ofreció a llevarse uno de mis personajes (porque tengo varios, eh… que se sepa) y hacer con él los asaltos más importantes y aquellas actividades que yo no puedo hacer, por lo dicho, falta de tiempo.

A cambio, yo me ofrecí a ayudarle con la promoción de su negocio, incluyéndolo en esta historia de hoy.

¿Ves lo que te quiero decir? ¿Te fijas ahora lo que es realmente un «win-win situation»?

  • Gerson gana porque le ayudo a promover su negocio.
  • Yo gano porque Gerson hace por mi cosas que yo no puedo hacer por falta de tiempo.

¿Ves? Es realmente sencillo: Gana él. Gano yo.

En una relación WIN-WIN: los ganadores no están nunca de un sólo lado.

 

A mi me suele dar bastante gracia cuando escucho lo mucho que se habla de la «economía colaborativa», de crear un «círculo de colaboradores» a tu alrededor, de desarrollar «relaciones de colaboración» con profesionales en distintos sectores.

Y cuando te sientas a ver el tema con detalle, resulta que – en muchos de los casos – se esconde lo que debería ser una relación de carácter profesional o laboral, detrás de la figura de una relación de «colaboración»

 Ha sido el tópico de muchas discusiones, tanto dentro de redes sociales, como en tertulias alrededor de un café o un par de cervezas: la facilidad con que personas y empresas se acercan a profesionales de distintas especialidades, a pedir consejo acerca de temas específicos sin tener la intención de ofrecer algún tipo de pago a cambio.

¿Por qué si con el consejo que te voy a dar, vas a ganar dinero tú, yo debo hacer el trabajo de gratis?

Y es que una cosa es una pequeña consulta puntual, como las que suelo recibir yo a través de mi correo electrónico, y otra cosa completamente diferente es que tu quieras que alguien te resuelva un problema grandísimo que tienes y que eso no te cueste un sólo centavo.

¡Son cosas completamente diferentes! En un caso como este, que abundan hoy en día, hay un sólo ganador: la persona que está haciendo la consulta y que está encontrando la solución a un problema que tiene.

Porque el profesional que da su consejo (quizás con la esperanza de que esa primera consulta sirva como «gancho» para conseguir una relación profesional) se queda con las manos vacías.

Eso sí, tal vez se quede también con la satisfacción de haber ayudado a alguien de forma desinteresada, por supuesto que sí.

Pero al final, final de la historia..  ¡ha trabajado de gratis!

En mi caso, por ejemplo, tuve que establecer una política con respecto a las consultas que recibía por correo electrónico: recibo hasta tres consultas acerca del mismo tema y de la misma persona. Ya si es necesaria una cuarta consulta, le digo al consultante que tenemos que hablar de honorarios.

A algunas personas les parece bien, a otras no tanto.

Lo cierto es que ha sido la única forma en que he podido convertir estas situaciones de colaboración desinteresada en escenarios profesionales win-win en los que, tanto yo como la persona que me hace la consulta, ganamos algo.

Por eso, desde acá desde este espacio del cibermundo, te hago una invitación a que consideres siempre que el tiempo de todo el mundo tiene el mismo valor y que, si necesitas que alguien te ayude a resolver un problema que tienes, trates de manejarlo siempre con un tono profesional, aunque sean grandes amigos.

¿Te parece?

 

Créditos fotografía: rawpixel en Unsplash

¿Por Qué Te Cuesta Tanto Cobrarle A Tus Clientes?

¿Por Qué Te Cuesta Tanto Cobrarle A Tus Clientes?

Por Qué Te Cuesta Cobrarle Al Cliente - Joel Pinto RomeroEn múltiples oportunidades habrás podido leer en este blog mis opiniones acerca del por qué es importante para todo emprendedor aprender a vender sus productos y servicios, amén de que tarde o temprano termine delegando dicha gestión en un equipo de ventas o, en el mejor de los casos, en un director comercial.

Pero gracias al muy amable comentario de mi apreciado amigo José Luis Del Campo, me di cuenta que había dejado de lado un tema que podría tener incluso la misma importancia que desarrollar la capacidad de vender, y es el de cobrar por tu producto o por los servicios que prestas.

Porque si bien es cierto que es muy necesario tener la capacidad de producir dinero, no es menos cierto que de nada sirve producir mucho dinero si después no podemos cobrarlo o, peor aún, nuestros clientes no nos lo quieren pagar.

Y este probablemente sea un problema que pueda presentarse en tres escenarios diferentes:

  • Que te de vergüenza cobrar el dinero que pides por tu trabajo.
  • Que tu cliente no crea que tu trabajo valga el dinero que pides.
  • Que tu cliente no tenga dinero para pagar, sea porque es de naturaleza morosa, que simplemente no le guste pagar, o quiera conseguirlo todo de gratis.

 

Aprende a distinguir cuando un cliente no es apropiado para ti.

 

Voy a empezar por la última porque es la más sencilla de resolver: esos clientes que no tienen el dinero para pagar el precio que tu pides por lo que vendes, o bien que son de aquellos que les gusta hacerse de rogar para soltar el dinerito que te deben o, en el caso más crítico, son del tipo de clientes que quiere conseguirlo todo de gratis.

Y digo que es lo más fácil de resolver porque para este cliente hay una respuesta muy simple: “No me interesa trabajar con usted”, aunque tú puedas maquillarla con las palabras que quieras o te inventes una forma más cortés y menos frontal de hacerlo.

No hay nada de malo en dejar que un cliente mal pagador se vaya a trabajar con otro proveedor.

¿Por qué la respuesta tiene que ser así de tajante? Porque en el mediano y largo plazo, estos clientes terminan convirtiéndose en una pérdida de tiempo para ti y un desgaste innecesario de energía, o de la energía de tu equipo.

Recuerda que, durante el proceso de prospección de nuevos clientes, hay dos elementos claves por los cuales tú podrías considerar que un cliente representa una oportunidad interesante para tu empresa: El cliente tiene una necesidad que tu producto satisface de manera más que suficiente y, el elemento más importante de todos, tiene el dinero para pagar el precio que tú pides por tu producto.

No por mucho madrugar, amanece más temprano. Y si el cliente no tiene el dinero para pagar el precio que tú pides por tu producto, por mucho que te esfuerces para venderle los beneficios de tu oferta, el dinero no está allí con lo que siempre te tropezarás con la excusa de que “no tengo dinero para hacerlo”.

Además, hay otro elemento que debemos considerar.

 

Todo proceso de venta es una relación entre iguales en donde nadie está por encima de nadie.

 

Y esto te ayudará a darle respuesta a la segunda situación: cuando estás enfrente de un cliente que no valora adecuadamente la oferta que le has hecho y, por lo tanto, no cree que valga el dinero que tú estás pidiendo por ella.

Si comenzamos por el principio, el cliente tiene una necesidad que tu producto satisface de manera más que suficiente, por lo tanto, hay un intercambio de beneficios real y evidente: Tu cliente gana, porque con tu ayuda va a resolver un problema que tiene, y tú ganas porque, gracias a que le has dado solución a un problema que tu cliente tenía, cobrarás un dinero.

Cuando existe una propuesta de valor clara, bien entendida por tu cliente, el dinero suele no ser un problema.

El problema realmente ocurre cuando tú no te has planteado la situación desde este punto de vista, o no has logrado que tu cliente lo vea con claridad. Es por eso que no entiende porqué estás pidiendo el dinero que pides: No ha visto el beneficio que hay en tu oferta para él.

Es por ello que, durante cualquier proceso de ventas, debes esforzarte lo necesario por establecer con claridad tu propuesta de valor diferencial, es decir, las razones por las cuales tu cliente debería considerar tu producto como la opción a elegir para resolver el problema que tiene, por encima de todos los otros proveedores que también le están presentando ofertas.

 

Por último, y no menos importante, tu tiempo y tus conocimientos también valen dinero.

 

Si tu producto o tus servicios tienen la capacidad de resolver un problema importante que el cliente tiene, ¿por qué no habrías de cobrar por ello? Si realmente estás aportando valor a la vida o el negocio de tu cliente, ¿cuál es el problema de que, a cambio de ello, recibas dinero?

Si se trata de un producto que estás vendiendo, piensa en todo el tiempo que tomó crearlo y desarrollarlo. ¿Realmente es un producto de tan poco valor como para que debas regalarlo a tu cliente? ¿O cómo para que te sientas incómodo al pedir dinero por él?

¿Realmente es un producto de tan poco valor como para que debas regalarlo a tu cliente?

Y cuando se trata de vender tus servicios profesionales, ¿qué me dices entonces de todo el tiempo que te ha tomado formarte como lo has hecho para tener la capacidad de ofrecer los servicios que ofreces?

¿Vale tu tiempo tan poco como para regalarlo sin más, aún cuando a cambio de tu tiempo y esfuerzo, tu cliente está resolviendo con eficiencia un problema que tenía?

Por ello es que considero de vital importancia que, durante el proceso de venta, tu cliente entienda con absoluta claridad cuál es tu propuesta de valor y los beneficios que él recibirá al comprar tu producto o contratar tus servicios.

Solamente así, verá que realmente vale la pena pagar el dinero que pides, e incluso más.

Y con aquellos que no tienen el dinero para hacerlo, o incluso te hacen ponerte de rodillas para cobrarles, pues ya sabes lo que tienes que hacer.

 

Crédito fotografía: Bruno Aguirre en Unsplash

 

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